Mi Senpai me descubre siendo Hentai !! en la Escuela

No pasaba mucho rato frente al computador, la verdad es que casi nunca lo utilizaba, nada más me servía para revisar mi correo y ver una que otra película. Como pueden imaginarse nunca fui muy amiga de las computadoras, y por ende detestaba todas aquellas ventanitas sospechosas que violentamente te sorprenden cada vez que te metes a navegar por el internet. Dios mío, cómo odiaba que siempre aparecieran sin aviso, eran un fastidio total… aunque debo reconocer que si no fuese por esas ventanitas yo no les estaría relatando esta historia. Sigue leyendo «Mi Senpai me descubre siendo Hentai !! en la Escuela»

Ahogada I

Siempre me he preguntado si existe la posibilidad de que entre las millones de personas que habitan en este mundo ninguna de ellas sea la elegida, aquella que está destinada para mí. Hasta ayer era una de mis más grandes preguntas pero al fin lo tengo claro, estoy enfermo, condenado a morir solo.

Para darme a entender comentaré el inicio de todo. Me remontaré hacia el momento en el que creo que mi destino, sin previo aviso, se selló.

Toca hablar entonces de Carolina, la mujer que con su encanto, su sonrisa y su sexo dejó una huella en mi pasado. La marca que quedó en mi historia es oscura, profunda como si se tratase de un pantano perdido y contaminado, abandonado, incapaz de albergar vida en él.

Tenía más menos 16 años, estaba en la flor de mi juventud. Había logrado emparejarme por primera vez, esta chica no era Carolina, no, ella vendrá después. El nombre de esta primera novia es Paz.

Mi primera novia era una chica guapa, envidia de muchas, solitaria, por lo mismo. Bastante cotizada, su cuerpo para ser una adolescente estaba bien desarrollado por lo que entre los chicos causaba furor, yo por su puesto muchas fueron las pajillas que me hice en su nombre antes de lograr ser su pareja. No sé como es que finalmente ella se interesó por mí, siendo que tenía tanta competencia.

Cuando estaba con ella nuestro principal pasatiempo era dejarnos llevar por la pasión, besarnos, tocarnos, disfrutar el éxtasis de nuestra adolescencia. Todos los días nos reuníamos en su casa, me colaba a escondidas de sus padres y nos escondiamos en el jardín trasero de su casa. Su madre se encontraba en su taller confeccionando porcelanas, mientras que su hermana menor pasaba todo el día encerrada en su cuarto. El escondido jardin trasero de su casa nos permitía estar toda la tarde sobre el césped sin ropa, juntando nuestros cuerpos. Recuerdo el roce de nuestros pechos donde sentía el erizar de sus pezones y también la humedad de su figura desnuda empapada en transpiración.

Pan de cada día era nuestros momentos amatorios a escondidas. Era divertido pensar que nos encontrabamos y follabamos todo el día como si se nos fuese a acabar el mundo. Para mí era un paraiso, me sentía bendecido por la diosa de la fortuna. Pero al parecer algo no la satisfacía a ella. Fue entonces que me lo propuso, «todo está muy perfecto, tal vez algo debe ocurrir para darle sazón a las cosas». Una perturbación, una interrupción, un abrimiento a romper la rutina. Lo que hoy parece ser una idea perfectamente comprensible y aplicable en aquel entonces me parecía un insulto, comprendí su interés por aventurarse sexualmente con otros y abogué por dejarla de lado. Nos tomamos un buen tiempo.

«Es una puta», no recuerdo como conocí a la francesa, pero esa frase fue una de las primeras que me dijo. Recuerdo que un amigo me la presentó un día, a propósito de que el quería pasar tiempo con una chica, amiga de la francesa, así que mientras ellos coqueteaban, nosotros conversamos por mientras. Esa conversación trató sobre cosas sencillas, no logramos conectar mucho, sin embargo ella se interesó por la chica en el fondo de pantalla de mi celular. «Es una puta», dijo sin dudar un poco. Me ofusqué, y comenzamos a discutir al respecto, me preguntó sobre la chica, me preguntó sobre quién era la chica de la foto para mí. Perplejo y avergonzado me quede en silencio, no quize responder. Ella me siguió argumentando sobre lo puta que era, solo veía su foto, su ropa, su rostro, no lo sé. Me hartaba que hablara de esa manera sin conocerla pero insistió, «¿Es tu novia?».

No quería comentarle, ya que aunque estuviesr defendiendola sabía que una parte de mi interior estaba de acuerdo con su apurada e impositiva opinión. Una parte de mi queria darle la razón a la francesa, pero mi sentido de lo correcto no le permitía.

«Es mi ex», solo eso lancé y fue suficiente para que ella lo confirmara, siguió insistiendo en que ella no era una buena mujer pero finalmente dió un argumento que tal vez no me comvenció pero si que me tocó. «Mira como te tiene, estás destruido, viste que es puta». Tal vez eso fue lo que en un principio le hizo pensar así sobre la chica, seguramente que la francesa en realidad está mirando la esencia de Paz a traves de mí, un chico destruido, enamorado pero silencioso y solitario. Un chico que a pesar de haber alejado a la muchacha que me tenía loco aún guardaba su foto en mi celular, apreciando un trocito de aquellos buenos momentos que pasé con Paz.

La francesa con sus pocas palabras y fuertes maneras se hizo cargo de reflejar aquella parte de mí que yo no me había percatado de lo mal que me encontraba. Podría decir que fue en ese momento en el que el agua del rio de mi vida comenzó a tornarse sucia.

Pasó el tiempo entonces y le prometí a la francesa que dejaría de estar pensando en mi ex. Le comenté aquello que viví con ella, tanto los momentos románticos y ardientes como los nefastos y deprimentes. Hablamos sobre las aventuras de mi anterior compañera así como también de lo frágil que me veía yo, lo mucho que necesitaba dejar de ser un chico pequeño apegado a la vieja usanza, además de la importancia de tomar una actitud más dominante y menos romántica para establecer relaciones.

En el fondo, la francesa me hizo crecer, dejar de ser un enamoradizo e indefenso adolescente, sumiso y complaciente, me volví más deseoso y activo en lo que a conquistas se trataban. Había pasado un buen tiempo, ya tenía 17 años. Utilicé el tiempo que transcurrió para disfrutar la solteria, desatarme y explorar ese joven más atrevido que recién estaba tomando el volante de mi vida. La francesa fue un gran apoyo para esta etapa, loca como ella, nadie.

Ella es el tipo de mujer que siempre está segura de si misma, sabe muy bien lo que quiere y como conseguirlo. Tenía un lado complejo y frágil que nunca comprendí, sin embargo siempre se mostraba ante mi como una leona, que si bien me estaba enseñando a convertirme en cazador siempre me mantenía en su lugar. Poniendo su pata sobre mi cabeza, dandome a saber que siempre sería ella quien tomara las decisiones. Nuestra amistad, era muy buena, yo confiaba plenamente en ella y ella en mi, poco a poco nos ibamos acercando más, llegando a ser confidentes, extraños muy cercanos, íntimos muy distantes, un balance perfecto.

Así fue como gracias a la francesa conocí a la que hoy es el meollo de mi asunto, la que enturbió mis aguas y me convirtió en un pantano que todo lo pudre. Se trataba de una de sus amigas de la escuela, su nombre, como mencioné antes es Carolina. La francesa me estaba instruyendo como cazador y Carolina era la presa perfecta, una chica tímida, silenciosa y misteriosa.

No recuerdo cuando fue la primera vez que la miré con mis ojos sedientos, pero aún guardo esa impresión en mí. Cada vez que lo recuerdo me siento conmovido, se trataba de una muchacha frágil, con un rostro tierno y una mirada triste. Aguardaba en los recreos sola o con una amiga afuera del salón, leyendo un libro u estudiando. Al contrario de las otras chicas su ropa era normal, no llevaba el uniforme ajustado o la polera escotada, su falda no era corta y siempre se cubria con polerones. Aún recuerdo aquello que más me exita de ella, esa mirada que transmite silencio.

Me acerqué a ella discretamente, mientras estaba estudiando tranquila, en armonía con su hábitat solitario y confortable. Conversamos sobre literatura, aquello que teníamos en común, le pregunté acerca de un libro que llevaba a un lado y nuestra conversación hechó raíces en el pasillo.

Me hubiese gustado acercarme directamente a ella y proponerle bien mis intenciones. Carolina era mi presa y yo estaba a punto de tomarla, sin embargo otro aspecto a destacar de esta muchacha es que ella siempre fue muy astuta, silenciosa pero astuta. «¿Y tú que quieres con la francesa?».

Su pregunta me desarmó completamente, no supe que decir, en ese momento seguramente ella me capturó a mí. Al parecer yo nunca fuí tan astuto como creí, una vez más lo que para mi parecía invisible, desde afuera se ve claramente. Tanto la francesa como Carolina fueron capaces de leerme, leyeron cosas de mí mismo que estando solo jamás hubiese notado. Me estrellé finalmente con el árbol invisible y me di cuenta que esta vez mi caza salió truncada. Carolina entonces se convirtió en una gran amiga, vió a través de mi y me apoyó a sacar aquellos sentimientos ocultos que tenía por la francesa, mi confidente, mi tutora, aquella que era la única que no podía cazar.